El fiscal Jorge Eliecer Peña desgarró su voz, aguó su
mirada, mientras la Juez de Control de Garantías, Inés Rueda Fragua, no aguantó
el nudo en su garganta y echó a llorar.
Permanecían en la audiencia donde Sebastián Mieles
Betín, ‘la bestia’, era señalado de violar, golpear y asesinar a Salomé, de 4
años en Garzón, Huila. Este hombre- quien prestó servicio militar durante 2015
y llegó a la vereda Puerto Alegría en enero de 2020 como contratista de un
consorcio vial de la Guajira a pavimentar la carretera que de Garzón conduce
hacia el centro poblado-, estaba al frente, sentado, frío, parco, alcoholizado.
Mirada abajo, tenebrosa. Ni una sola palabra…
Ordenaron- al final- su reclusión. Él, oriundo de
Sucre, se destapó. “Me acogeré a cargos”, gritó en medio de un cinismo extremo,
mientras le sacaban esposado. Minutos
antes, dijo no acordarse de nada.
Llegó al caserío como contratista de esta obra de la
Gobernación del Huila, pero ante los reclamos de la comunidad, el proyecto
paró. Muchos de sus compañeros se marcharon. Y él quedó en el caserío. Pidió
trabajo de albañil. Y terminó pintando la casa del tío de Salomé. Su trabajo
era impecable.
Era educado, aunque en las últimas semanas le veían
abultados sus bolsillos. Bolsas de marihuana escondidas bajo la tela del
pantalón, además de un licor prolongado durante los últimos días, una pócima
mortal y desenfrenada.
Víctor, padre de la víctima, le contrató en su casa
para pintar paredes y ahí fichó a su presa. La noche trágica, aprovechó que el
progenitor de la menor vendía un frasco de aceite en su ‘Supermercado Salomé’
para agarrarla del brazo, echarla al hombro y huir. Una chancleta de la niña y
el celular de la bestia quedaron en el piso. Lo perdió el violador, prueba
amarga que anunciaba el fatal desenlace.
La búsqueda empezó, mientras la bestia hacía su
aberración. Las cámaras del establecimiento- extrañamente- estaban
desconectadas. La comunidad se armó de palos, piedras, pero un deslizamiento
alertó a uno de los pobladores. Mieles Betín rodó con la niña y cayó a un
arroyo, donde cometió la violación y el crimen.
Ahí, en la oscuridad, estaba el, sentado en una
piedra, con su cabeza abajo, poseído por las drogas y escondido bajo un
silencio cómplice. A 200 metros, Salomé, boca abajo, desnuda, inconsciente. La
golpeó en su cabeza, rostro, pecho y espalda, la mordió y la abusó por todas
partes (lo encontrado en su cuerpo escandaliza).
El criminal, con ojos agresivos, se resistía a dejar
de observarla. Uno de los pobladores, que llevaba un cuchillo, se le acercó,
pero el homicida forcejeó, le quitó el arma y la lanzó al afluente. Lo
amarraron forzosamente. Es grande, corpulento y se resistía. Gritaba.
Anunciaba
que volvería y los mataría a todos. Lo golpearon hasta que llegaron las
autoridades. Su novia- la que había conseguido en el caserío- huyó. La
desterraron.
Sebastián, egocéntrico, gustoso de las fotos en bóxer,
mostrando sus pectorales, armas, cuchillos, y padre de una niña de la edad de
Salomé, le llevarán a una cárcel en dos semanas por el covid-19, mientras la
Fiscalía indaga si hay más víctimas de sus aberraciones. Su actuar no es nuevo.
Bajo su piel se escondía un monstruo llevado por las drogas que engañó al
pueblo, a los padres de la víctima, y quién sabe a cuántos incautos más.